12 marzo, 2009

Me lo expliquen, gracias.

Lo malo de tener que ocultar algo, es que lo quieras o no, acabas pregonándono a los cuatro vientos de una u otra forma. Bien porque se lo cuentas a la persona equivocada, bien porque no puedes reprimirte y acabas contándoselo a cientos, bien porque tus actos te delatan o bien, porque hay quien parece tener un sexto sentido devastador que te hunde con sólo una mirada que parece estar diciendo con todas las letras, en mayúsculas y subrayado: LO SÉ.
Es en ese preciso momento, cuando se te caen los palos del sombraje y una especie de sensación entre nerviosa e insegura se apodera de tu ser, y tu secreto y tú empezais a morir un poco... o un mucho. Entonces pasa algo que te hunde un poco más en la miseria en la que te encuentras inmerso desde hace algún tiempo aún por determinar.
Pero claro está, que tu vida siempre ha sido lo suficientemente complicada como para no tener los cojones de quedarse ahí. Y zas, en toda la boca. O en todala oreja en este caso. De repente te ves colgado del teléfono con cara de gilipollas intentando entender qué mierda está pasando exactamente, pero es absolutamente imposible que entiendas algo que no tiene sentido, porque precisamente nunca has tenido un pelo de tonto, pero la cosa se complica cuando las señales son no menos que confusas.
Y digo yo... si no entiendo una palabra de lo que está pasando, ¿por qué demonios no puedo dejarlo estar y pasar a otra cosa? será que las mariposas siempre me han parecido una horterada pero los cocodrilos me han hecho gracia toda la vida... o que soy medio subnormal y todavía no me he dado cuenta, oiga! (espacio para comentarios anónimos e insulsos que me resbalan precisamente porque tienen lo mismo de anónimos que de interesantes).
Lo que está claro es que soy adicta al riesgo.
Lo que está claro es que estoy como una cabra, de las del más difícil todavía (la cabra encima de un disco de Alejandro Sanz).

Y ya está.

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